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miércoles, 13 de junio de 2018

La muerte viene por un beso

Por G_nkerbell

Hoy te proponemos conocer un poco más sobre la leyenda de los amantes de Teruel, una de las tantas que cuenta la historia de amor entre dos jóvenes turolenses, llamados Isabel de Segura y Juan Martínez de Marcilla, conocido a partir de las múltiples recreaciones del teatro barroco como Diego. Desde el año 1996 se celebra en Teruel, como recordatorio de esta tierna tradición, la festividad de Las Bodas de Isabel de Segura. Hubo una vez, en la localidad de Teruel durante el siglo XIII, un poderoso mercader que tenía una hija que era considerada muy bella. La muchacha, cuyo nombre era Isabel de Segura, y un muchacho pobre pero muy honrado de nombre Diego de Marcilla, se encontraron un buen día en el mercado y se enamoraron de manera apasionada.

Las grandes historias de amor han motivado a la literatura y al cine desde tiempos inmemorables. Tristán e Isolda, Romeo y Julieta, PS: I loveYou, Titanic y otros cientos de obras cinematográficas producciones literarias se han empeñado en retratar un sentimiento universal.

Hoy te proponemos conocer un poco más sobre la leyenda de los amantes de Teruel, na de las tantas que cuenta la historia de amor entre dos jóvenes turolenses, llamados Isabel de Segura y Juan Martínez de Marcilla, conocido a partir de las múltiples recreaciones del teatro barroco como Diego. Desde el año 1996 se celebra en Teruel, como recordatorio de esta tierna tradición, la festividad de Las Bodas de Isabel de Segura.

Hubo una vez, en la localidad de Teruel durante el siglo XIII, un poderoso mercader que tenía una hija que era considerada muy bella. La muchacha, cuyo nombre era Isabel de Segura, y un muchacho pobre pero muy honrado de nombre Diego de Marcilla, se encontraron un buen día en el mercado y se enamoraron de manera apasionada.

Los jóvenes se adoraban, hasta el punto de que se confesaron, y el joven le dijo que deseaba tomarla por esposa. Ella respondió que su deseo era igual, pero que supiese que nunca lo haría sin que su padre y madre lo consintiesen. Por desgracia, pese a que Diego Marcilla era un buen joven, no poseía riqueza alguna. Él le dijo a Isabel que, como su padre tan solo lo despreciaba por la falta de dinero, si ella quería esperarlo unos cinco años, estaría dispuesto a salir a trabajar a donde fuera necesario para poder ganar algo de fortuna y hacerse digno de matrimonio; promesa que ella aceptó gustosa.

Peleando contra los moros, ganó pasados los cinco años unos cien mil sueldos y durante este tiempo Isabel fue muy presionada por su padre para que tomase finalmente marido. Logró impedir que la casara alegando que había hecho voto de virginidad hasta que tuviese los veinte años cumplidos y sosteniendo que las mujeres no debían casarse hasta que pudiesen y supiesen regir su casa adecuadamente.

Pasados los cinco años, y viendo que su novio no comparecía ni daba razón de sí, terminó por creer que estaba muerto. El padre organizó la boda con un rico pretendiente, no obstante, en ese mismo día regresó Diego, que había sido retrasado por todo tipo de contratiempos. Isabel, al encontrarse con él, le dijo dolida que era demasiado tarde para su amor. Según cuenta la leyenda en ese momento Diego le pidió un beso y al negárselo la joven cayó muerto a sus pies.

Junto a su nuevo esposo lo llevaron a casa de su padre. A la joven le vino al pensamiento de cuánto la quería Diego y de cuánto había hecho por ella durante toda su vida, y que por no quererlo besar había muerto. Se prometió a sí misma ir a besarlo antes de que lo enterrasen; se fue a la iglesia del señor San Pedro, donde se encontraba el amado cadáver.

Ella no se preocupó de otra cosa más que de ir hacia el muerto. Le descubrió la cara apartando la mortaja, y lo besó tan fuerte que según narran allí mismo murió. Las gentes que veían que ella, que no era parienta del difunto, estaba así yacente sobre el fallecido, fueron para decirle que se apartase y entonces fue que se percataron de que estaba muerta también.

El marido contó el curioso y emotivo caso a todos los que había delante, según tal cual ella se lo había contado el día anterior. Los vecinos de la localidad acordaron enterrarlos juntos en una sepultura sobre la que esculpieron dos estatuas que parecen darse la mano pero que realmente, para el ojo avizor, nunca llegan a tocarse.