Reliu, el rumano al que la burocracia impide estar vivo
Si usted no cree en los muertos vivientes, pregúntele al rumano Constantin Reliu: él no es un zombie o un vampiro de los Alpes transilvanos, pero un tribunal de su país lo declaró oficialmente fallecido, y se niega a anular el certificado de defunción emitido a solicitud de la familia de Reliu, tras años sin conocer su paradero.
“Soy un hombre muerto… que resulta que está vivo”, comentó con cierta amargura el ciudadano de 63 años de edad, quien fue a trabajar a Turquía en 1992, y no volvía a Rumania desde 1999. Pero en enero pasado se vio obligado a regresar, expulsado porque sus papeles se habían vencido. Su idea era renovar el pasaporte y regresar, pero su drama kafkiano comenzó en el aeropuerto de Budapest, donde las autoridades le informaron que había sido declarado muerto a solicitud de su ex-esposa, que quería volverse a casar. Otra razón para odiarla…
Resulta que Reliu había decidido quedarse por siempre en Turquía porque al regresar a su país en 1995, descubrió que su esposa le era infiel. La explicación era comprensible, pero igual la policía lo interrogó durante seis horas, cotejó sus huellas dactilares, e incluso midió la distancia entre sus ojos para compararla con una vieja foto de pasaporte. Al final, los convenció de que era realmente él, pero el tribunal de Vasliu, su pueblo natal, no transa.
De entrada, Reliu intentó sin éxito que las autoridades de Vasliu le dieran documentos para existir. Después trató de que fuera cancelado el certificado de defunción, pero la corte lo rechazó por considerarla inadmisible desde el punto de vista procesal. “Soy un fantasma. Estoy vivo, pero como no consto como tal, no puedo hacer nada”, se lamentó el sexagenario, que sobrevive gracias a la ayuda de sus vecinos, porque su familia emigró al extranjero tras declararlo muerto en 2016.
Al ser declarado muerto, Reliu no existe oficialmente, por eso no puede trabajar ni recibir prestaciones sociales. Sus tribulaciones encajan perfectamente en aquel teatro del absurdo que sublimó el dramaturgo rumano Eugene Iionescu. Parece que las historias de horror en este país salen tanto de sus enredos burocráticos como de sus vampiros empaladores. Su “resurrección” se complica. Quizás la Semana Santa obre el milagro…