La inteligencia artificial que aún no llega a la verdadera inteligencia
Una robot con nombre de emperatriz pasea por estos días las ferias tecnológicas de varias regiones. La pasada semana fue el turno de México. Durante el Talent Land, celebrado en la ciudad de Guadalajara, los participantes tuvieron la oportunidad de conocer a Sophia, la primera autómata en ser reconocida como ciudadana de un país, en este caso, Arabia Saudí. Creada por la desarrolladora de inteligencia artificial Hanson Robotics, Sophia es exhibida como una de las potenciales aplicaciones de esta área de la robótica, que desde hace más de medio siglo irrumpió en el mundo moderno con más promesas que certezas.
Y es que cuando el término fue acuñado en la década del 60, sus creadores estaban pletóricos de optimismo respecto a cuánto se podría lograr en el camino del desarrollo de la inteligencia artificial (IA), y, aunque no fallaron en apuntar las potencialidades de esta ciencia, si lo hicieron en calcular su desarrollo en el tiempo. Las primeras IA fueron capaces de resolver teoremas matemáticos y aprender a jugar ajedrez al nivel de grandes maestros, pero con los años no han podido dar el salto que se esperaba y alcanzar una inteligencia al nivel humano.
Hoy sabemos con certeza que las máquinas pueden aprender, incluso se cuenta ya con el hardware necesario para crear una máquina con las capacidades computacionales del cerebro humano, sin embargo, las significativas lagunas que aún tenemos en el área de la neurociencia, constituyen una barrera importante. Tengamos solo en cuenta que la mayoría de las tecnologías de IA están basadas en lo que conocemos de nuestro cerebro y sus mecanismos de aprendizaje.
Aunque el despunte en los últimos años de la inversión en I+D en el área de la IA hacen pensar que en un futuro podrían generarse avances significativos. Han comenzado a desarrollarse diferentes formas de aprendizaje, cada una de ellas enfocadas en aplicaciones específicas, por ejemplo, en la automatización de procesos es el aprendizaje automático el que lidera la configuración de los ordenadores modernos. Uno de sus usos más estandarizados es el relacionado con el diagnóstico médico. Pero la IA está también conquistando espacios vinculados a la creación, llamadas tareas generativas y que abren la posibilidad a las máquinas de crear arte, aprendiendo pintura, poesía y música.
Otra de las potencialidades de las IA es el aprendizaje por refuerzo, donde un sistema de recompensa a sus acciones hace a las máquinas aprender del entorno, un mecanismo similar al que se emplea con los niños.
A futuro la especialización en procesos automatizados parece ser el principal campo laboral para la sociedad en general. Para muchos expertos, la actual crisis está estrechamente relacionada con la velocidad a la que está cambiando el mercado laboral, y al parecer este cambio es irreversible. Así como ocurrió en la revolución industrial hace siglos, las máquinas, en ese caso los ordenadores serán capaces de organizar y realizar el contenido de diferentes puestos de trabajo, y aunque no sustituirán a los humanos del todo, estos deberán optimizar cada vez más sus capacidades en estas ciertas tecnologías de automatización. O sea, menor esfuerzo, pero mayor cualificación.
Así los defensores de la inserción de IA en nuestra vida cotidiana la asumen como un complemento necesario que podría mejorar nuestra calidad de vida en la realización de actividades rutinarias, que van desde ayudar a personas con escasa movilidad a utilizar sus brazos y piernas biónicas, hasta a detectar somnolencia en los conductores por los patrones de pestañeo. ¿Ciencia ficción? Parece que no.