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jueves, 14 de junio de 2018

Florece donde la vida lo permita

Por Janet Rios

A lo largo de la existencia humana, todas las personas pasamos por momentos alegres, tristes, esperanzadores, de frustración, tristeza, soledad, ilusión, acompañamiento, etc. Uno de los principales elemento en el caminar de la vida es la adaptación, pero una adaptación motivada por el amor a la existencia que nos ha sido dada con un propósito específico y que además ha sido redimida. La palabra adaptación nos remite a pensar que hay algo que ha cambiado, nos guste o no, nos alegre o no, lo importante será transformarse a partir de esto.

La motivación para adaptarnos proviene de aferrarnos a la vida, a no conformarnos con sobrevivir, sino querer y buscar seguir viviendo con la mayor y más plena dignidad y en respuesta al amor de Dios, a uno mismo, a la vida y a los demás, sabiendo que tenemos una historia que construir a base de las mejores decisiones haciendo uso de nuestras facultades del alma, que son la inteligencia y la voluntad, que finalmente se manifiestan en la expresión de la libertad.

Y es que la vida no nos determina, pase lo que pase somos seres dotados de dones maravillosos que nos permiten salir delante de cualquier situación y todavía más, no solo enfrentar la situación sino que mejorar como personas a partir de ello y asumir nuestra existencia como un regalo infinito capaz de trascender y sacar de los males cotidianos, el mayor bien y transformarnos, como si resucitáramos en vida a una vida mejor, después de una muerte emocional, un dolor físico o espiritual, es decir, con una existencia plena, renovada, mucho más humana.

Después de conocer el dolor no somos ya los mismos. Son muchas las circunstancias de vida que nos marcan profundamente y que incluso físicamente nos sentimos morir, en donde una respuesta realmente humana para continuar adelante no se encuentra, un motivo real para seguir viviendo cuesta trabajo encontrar… Pensemos en eventos terribles como las guerras, el terrorismo, los secuestros, la muerte de un ser querido, una enfermedad, la pérdida del trabajo, alguna ruptura sentimental, un divorcio, un accidente, etc. Todos estos, entre muchos, muchísimos más, son eventos desafortunados, indeseables, los cuales generan gran estrés post traumático.

En momentos así, vienen muchos cuestionamientos, son experiencias límite, que nos confrontan con nuestra realidad terrenal finita, pero que a la vez nos desvelan nuestra naturaleza eterna e infinita si encontramos el sentido de trascendencia.

La Resiliencia es un concepto que proviene de la palabra “resilio” que significa rebote, esto me llama mucho la atención, porque para rebotar uno tiene que ir hacia abajo lo más posible con mucha fuerza, impulsados de una manera intempestiva, impactante, casi como un choque estruendoso, inesperado y entonces al tocar el suelo aunque duela mucho el golpe… Rebotar y lograr alcanzar una altura mucho mayor a la que teníamos para salir del hoyo obscuro, negro y vacío del dolor y de la tristeza…Renovados; encontrando incluso a ese mismo dolor como aliado en el camino personal de crecimiento y de santidad para quienes tenemos fe, sabiendo que ese dolor puede tener un sentido profundo, que con ojos de trascendencia, nos infunde de una santa esperanza para seguir adelante con optimismo, fortaleza y magnanimidad.

No es tan fácil aceptar que la vida es como es, con claroscuros, como las estaciones en el clima las personas pasamos por muchos ciclos de estaciones a nivel físico, psicológico y espiritual; lo importante es tener en claro quiénes somos, de dónde venimos y a dónde vamos para encontrar un sentido en cada uno de los sucesos que vivimos a lo largo de la vida y no perder dirección.

La Resiliencia consiste en esta actitud resistente hacia las adversidades que se presentan en la vida. Representa el medio de dar respuesta sana tanto a los conflictos como a las experiencias difíciles, incluso catastróficas, no es fácil y no todas las personas la tienen, aunque pueden desarrollarla, a base de repetición de actos, como un hábito, hasta adquirir la virtud, así al ponerla en práctica, supone visualizar siempre nuevas oportunidades o simplemente generarlas.

Algunas consideraciones importantes para ser resiliente son: Aceptar la realidad, reorganizar y reformular la vida luego del hecho traumático (adaptación), acercarse a redes de apoyo como la familia, los amigos, algún especialista y buscar en el interior del alma un renovado sentido a la vida.

Para ser más resilientes podemos reflexionar sobre los 6 resortes de la resiliencia y ponerlos en práctica ¡Cuánto antes mejor! Estos son: Un profundo autoconocimiento, una gran autodeterminación (Decido), una actitud positiva (Pienso y actúo constructivamente), un real autocontrol (Tengo control de mis emociones), la apertura a los demás (Interactúo solidariamente) y una profunda autenticidad (busco dar sentido a mi vida).

El ser humano ha sido creado por amor y para el amor, anhelamos la felicidad y rechazamos aquello que amenaza nuestro bien ser y nuestro bienestar, nos alejamos de todo lo que nos causa daño por naturaleza.No obstante por ser personas, por nuestro ser espiritual, somos capaces de descubrir que la vida incluye momentos alegres, otros tristes, que hay bonanza y adversidad; y que el verdadero camino para la felicidad es dar un sentido a todo lo que nos pasa, construyendo nuestra propia vida sobre las experiencias que cada día experimentamos, decidiendo el mayor bien posible y asumiendo y haciendo nuestras cada una de ellas y abrazándolas como parte de nuestra biografía.

El diamante, uno de los minerales más preciados del mundo por su belleza cristalina, es conocido por su extrema resistencia, misma a la cual se le conoce como tenacidad del mineral, que se define como la habilidad del material de resistir la ruptura a un impacto fuerte.

El diamante tiene renombre específicamente como un material con características físicas superlativas. Resulta curioso que este proceso puede ocurrir solo bajo la llamada capa litosférica, que se ubica entre 150 a 200 kilómetros bajo la superficie y en donde se dan condiciones extremas: Temperaturas de entre 900 °C y 1300 °C y un nivel de presión de 30 kilobars. Allí, el carbón se mineraliza transformándose en un diamante.

Pero… ¿Qué tiene que ver un diamante con nuestro tema? Pues que estas propiedades del diamante y su proceso de formación nos llevan a pensar forzosamente en la belleza incomparable de la persona humana que, valiosas ontológicamente por el solo hecho de existir, nos volvemos más valiosos moralmente y humanamente hablando, de acuerdo a nuestra respuesta y forma de vivir lo que se nos presenta cotidianamente y las pruebas, las circunstancias de la vida, nos transforman en seres humanos más bellos si sabemos enfrentarlas con dignidad resistiendo de forma invencible las adversidades.

Recordemos que donde Dios nos sembró es preciso florecer, no escapemos de la realidad, no la evadamos, más bien abracémosla y con toda dignidad florezcamos en medio de la adversidad, no olvidemos que la flor que crece en la adversidad es la más bella de todas.