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martes, 10 de abril de 2018

Un Guinnes en Jalisco

Por Amanda

La clase, que tuvo como público a los padres de familia y maestros del sector educativo de Jalisco, se realizó en el marco de Talent Land, en Expo Guadalajara. Los niños, sentados en más de 300 escritorios situados en una de las áreas más grandes del recinto ferial, llegaron interesados para apreciar lo que pasaría al terminar la clase.

En colectivos de cuatro, se fueron ubicando delante de una mesa que tenía un ordenador portátil, un cable de datos, un robot con dos ruedas y un pequeño mapa con una línea que plasmaba un polígono redondo. Después de ubicar las baterías, enchufaron el pequeño robot de dos ruedas, una versión miniatura del popular Wally de Pixar. Y con un cable enlazado a una computadora, empezaron darle instrucciones y a programar. “Los robots son sus amistades, pero son muy delicados. Si manipulas sus sensores, no van a marchar”, expresaba Guillermo Rivera, el instructor impaciente por atraer la curiosidad de cientos de niños que eran custodiados por los representantes de la organización Récord Guinness.

La cátedra del profesor Rivera fue transportada a todos por medio de pantallas y altavoces que divulgaban en todo el lugar. Eso hacía que los niños permanecieran cautos. Poner las pilas, desmontar y comprobar los sensores fue lo más fácil. Lo complejo ocurrió a continuación, cuando la programación solicitaba más atención. “El algoritmo es una sucesión de pasos desarrollados para obtener a un punto final. Pero que sea más factible, vamos a indicar que el algoritmo es eso que hace que las cosas salgan perfectamente”, les explicaba el educador, dando su palabra que lo más divertido sería en la última parte.

Entonces, cada colectivo de cuatro niños ejercieron en equipo: encendieron un ordenador portátil y fueron ubicando los manuales programáticos para que los robots continuaran una línea. La instrucción fue muy elemental: el robot estaría programado con un ciclo infinito para perseguir una línea descubierta en la superficie de la mesa.

Los robots estaban preparados. Y primero fue uno, luego el otro. Tres, cuatro, siete. Los niños alzaban sus manos precipitados, reían. El robot se estremecía. Perseguía una línea circular ubicada en el escritorio. En varios casos, las máquinas se perseguían de filo y no prestaron atención a la instrucción. En la gran mayoría, el robot se detenía en la primera curva y comenzaba a descubrir la secuencia. Hacía un pequeño desplazamiento y seguía su trayecto. La zona, que se convirtió en la sala más grande del mundo por un tiempo, era algarabía total. Niños alegres, viendo que su trabajo y tolerancia tenían un resultado. Los padres, en las gradas, hicieron un alboroto. Incluso coordinaron la “ola”, muy habitual en los eventos deportivos mexicanos. Los periodistas gráficos no se detenían con la toma de fotografías.

El adjudicador oficial de Guinness World Records, Carlos Tapia Rojas, hizo pública que la clase de robótica más grande del mundo fuera en Jalisco. Con esto, prevaleció el caso de Colombia con 880 colaboradores. “Felicidades México, ahora son públicamente sorprendentes”. Guillermo Rivera aludió que este este récord es producto de la labor de los padres, que además ofrecieron días de descanso, pues este evento se origina en medio de un periodo vacacional en el ciclo lectivo de la época escolar. “Lo fundamental es el cambio que estamos dando en la generación de conocimiento. Que los niños logren ver las consecuencias en este lugar”, explicó Francisco Ayón López, el titular de la secretaría de Educación, que nombró en entrevista que este era un incentivo que requerían para los niños atraídos por la robótica.